jueves, 27 de abril de 2017

Cuentos del faro: Un campamento lleno de sorpresas

Hace aproximadamente unos 2 años mis padres me apuntaron a un campamento de verano con dos amigos pero al llegar y hacer los grupos me percaté de un gran problema ¡Me habían metido en otro grupo! Pregunté a un monitor el porqué de esto y me dijo que como el campamento era en julio y yo cumplí los años en mayo y ellos en noviembre y septiembre; me habían puesto con los más mayores. Pero como había gente muy maja no tarde en relacionarme con ellos y hacer nuevos amigos. 
Como en el campamento Íbamos constantemente al río un día nos encontramos una botella con un mensaje que decía algo así como: “Si mi tesoro quieres encontrar las siete cabezas de loro deberás de encontrar”. Al leer esto mis amigos y yo nos pusimos muy emocionados y con unas ganas tremendas de averiguar de qué se trataba este tesoro. Pero por la parte de algunos lo dejamos estar hasta que un día vimos en la tele una noticia de que se había encontrado un barco al que se le había puesto el nombre de los 7 loros. Al enterarnos de esto cogimos los primeros autobuses de la estación y nos dirigimos a ese río el cual nos había dado tanto que pensar. Algunos decían que podía ser algo de piratas, otros una broma pesada de unos chavales más mayores que nosotros que no paraban de llamarnos soñadores y cosas por el estilo. Pero nosotros teníamos confianza en estos hallazgos y queríamos llegar al fondo de este tema. Así que en el viaje nos pusimos a buscar cualquier tipo de información que nos pudiera ser útil para resolver este gran misterio. Pero no lo conseguimos. 
Sin embargo, Marcos, un niño que vivía en Dueñas y al que no le gustaba nada que le llamasen Marcos con lo cual siempre le llamábamos Marc porque además de lo dicho era un gran fan de las motos, encontró que había una tienda en Burgos llamada así, los 7 loros, más concretamente una pastelería. Fuimos allí y nos compramos unos siete batidos especiales de esa tienda. Después de acabarlos revisamos el vaso y tenía un pequeño simbolito. Lo llevamos al lugar en el que estaba el barco y casualmente cuando todo indicaba que iba a abrir no se abrió. Así que nos dimos cuenta de que los habíamos puesto al revés y ahora sí que conseguimos entrar y llevarnos todo el oro.
 –Esperad un momento, dijo Pablo. Esto no es oro es… oro de chocolate. Lo dijo como si se fuese a morir por decirlo. Pero bueno, al menos nos llevamos un rato fantástico y chocolate para abastecer un colegio durante 20 años.
Carlos Atienza

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